La nueva obra de Josep Serra puede ser asumida en uno de sus aspectos mas relevantes, como una ampliación y una radicalización de la tradición abstracta, una emancipación del registro estético por el ontológico, transformando en lenguaje la libertad de crear o construir su propio universo, y proyectandose hacia el futuro, dentro de una reinterpretación permanente. Desde este punto de vista, la obra exigirá una disciplina muy rígida donde el concepto de la abstracción vendrá marcado por el tiempo dedicado al conocimiento y la evolución estética de sus referentes.
Josep Serra advierte que la cuestión diferencial entre una obra de Hans Hofmann y otra de Jackson Pollok, conicide en un conocimiento recíproco, en una dialéctica que trasciende las claves de un paradigma llamado expresionísmo abstracto, que revolucionó los presupuestos teóricos a través del uso de una técnica muy determinada basada en la sujetividad y radicalidad que cada artísta imprimió en sus obras. Una situación reversible, ya que las pinturas se van transformando, adaptándose a la posición del sujeto y su vez el espectador en objeto, convirtiéndose en “lo otro” mirado: un juego de espejos donde impera la reciprocidad giratoria que define la reivindicación fundamental de cualquier obra de arte, es decir, su singularidad.
Josep Serra utiliza una conbinación de materiales significantes, la eleccion de los cuales implica una redifinición estética desde donde poder reproducir sin rechazar las normas y las supuestas reglas de un clacisismo abstracto. Golpes de brocha, donde la mirada se expone a una vibración permanente, donde el ojo no descansa, pero esta obligado a viajar a traves de un espacio alucinante marcado en algunas zonas por el contraste primario entre el blanco y el negro, entre el amarillo y el rojo, dotando a sus pinturas de una luminosidad y una intensidad poco frecuentes.
Josep Serra conoce muy bien el camino de la abstracción marcado por artistas tan relevantes como Howard Hodgkin, Richard Serra o Christopher Wool, que lo impulsan a crear un intenso mundo de formas construyendo con la meticulosa aplicación y auto impuesta disciplina de un artísta clásico. El declara : “Soy un pintor representativo, pero no un pintor de apariencias. Pinto cuadros representativos de situaciones emocionales”. De acuerdo a estos principios, asume así un grave riesgo, donde la energía y el movimiento de los golpes de brocha serán los axiomas fundamentales para la reconstrucción de la memoria, donde nada padra ser improvisado o casual. En la ejecución de su nueva colección, las representaciones gestuales nos sugieriran una hipotética intención del artista, para interpretarse a si mismo, transformando cada signo y cada gesto pictórico, en un nuevo concepto visual.
Gerardo Gil.